No un poema, sino el verano silencioso. En el peso de la madera permanece la potencia del ser: los peces reviven con un roce: planeadores negros, planeadores lanzándose contra el agua. Desde el océano, acude una guerra, el hueco de un glaciar, todo el calor: ese pájaro con miedo. Nada se escucha: alguien lija la roda, se clava la astilla: regresa pronto al bosque, al olor escondido de la leña: construir iglesias, casas, tallar mástiles.
Hay otra forma de desaparecer: El viento en el trigal cuando aún verdea. Siente primero la aspereza de la espiga, un punto de furia al contraluz. Sabe que todo se seca, que se llamará mies y hoz. Pegado a la tierra, en esa oscuridad, reconoce las camas de los corzos, topillos, el oro de julio, el de los zorros. Que habrá pan y silencio.